Gracias a las investigaciones de la bioquímica Katalin Karikó y su obsesión en el desarrollo de la llamada tecnología de ARN mensajero, se ha logrado gran parte del éxito de las vacunas de las firmas Pfizer y Moderna contra el Covid-19; pero la vida de la investigadora fue dura y compleja, su trabajo casi le costó su puesto de profesora en la Universidad de Pensilvania  e incluso puso en peligro la renovación de su visado de residencia en los Estados Unidos.

La investigadora húngara, desconocida hasta hace poco, es hoy una celebridad en el mundo científico. Pero en realidad, la trayectoria de Karikó viene de lejos. Casi cuarenta años de esfuerzos, marginación y arduo trabajo en la sombra.

Nacida hace 65 años en la urbe de Szolnok, en el centro de Hungría, y en plena época comunista, pasó su adolescencia en Kisújszállás, lugar en el que su padre trabajaba como carnicero. Apasionada de las ciencias, comenzó a dar sus primeros pasos a los 23 años en el Centro de Investigaciones Biológicas de la Universidad de Szeged, en la que además logró su doctorado.

La Doctora Karikó pasó gran parte de la década de los noventa solicitando fondos para su investigación centrada en el ácido ribonucleico mensajero (ARN). Moléculas que dan a las células «instrucciones» que les permitan luego fabricar las proteínas terapéuticas por sí mismas. Una solución que permite evitar la modificación del genoma de las células, con el riesgo de introducir modificaciones genéticas incontrolables.

La bioquímica creía que el ARN mensajero podría desempeñar un papel clave en el tratamiento de ciertas enfermedades, por ejemplo, al tratar el tejido cerebral después de un accidente cerebrovascular. Pero el sucesivo rechazo de sus solicitudes de becas de investigación en este terreno por parte de la Universidad de Pensilvania, donde estaba en proceso de convertirse en profesora, frenó su trayectoria.

En aquel momento, Katalin Karikó no tenía la famosa tarjeta verde de residente y necesitaba un trabajo para renovar su visa y permanecer en los Estados Unidos. Sin embargo, decidió persistir en la investigación, a pesar de la la falta de promoción profesional y compensación económica, además del esfuerzo que ello suponía para su familia.

Pero el camino de estudio del ARN mensajero tampoco estuvo exento de problemas: provocaba fuertes reacciones inflamatorias porque el sistema inmunológico lo consideraba un intruso. Con su socio en la investigación, el médico inmunólogo Drew Weissman, Katalin Karikó logró introducir gradualmente mini cambios en la estructura del ARN, haciéndolo más aceptable para el sistema inmunológico.

Su descubrimiento, publicado en 2005, hizo que ambos empezasen a salir de anonimato. Su siguiente paso fue colocar el ARN en «nanopartículas lipídicas», un recubrimiento que evita que se degraden demasiado rápido y facilita su entrada en las células. Sus resultados se hicieron públicos en 2015.

Cinco años después, cuando la ciencia trata de luchar contra un virus que asola el planeta, sus avances en este campo han sido el pilar sobre el que se han desarrollado las vacunas que han devuelto la esperanza a la humanidad. El día que se dieron a conocer los resultados de la eficacia de la vacuna contra el Covid-19 impulsada por las farmacéuticas Pfizer y BioNTech, todo su esfuerzo cobró sentido.

«¡Redención!, pensé, y empecé a respirar muy fuerte. Estaba tan emocionada que sentí que me iba a morir», relató la investigadora al diario The Telegraph.

Ahora, después de casi cuarenta años de investigación fuera de los reflectores y sin recursos extraordinarios, ya se habla de ella como la próxima premio Nobel de Bioquímica.

Por Jorge A. Leyva

Periodista. Licenciado en Comunicación. Columnista en Agenda Setting Diario. Comentarista de política en radio. Journalist. Fan del Café Necesario Marketing Político y Social Media Publicidad: [email protected]

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