Los guardabosques del Parque Nacional Kakadu apenas podían creer lo que veían. Allí, en el río, a 18 millas del mar, estaba una de las criaturas más grandes de la Tierra: una ballena jorobada, de al menos 50 pies de largo. El peligro radicaba en que si quedaba atrapada, o volcaba un bote, probablemente serviría como alimento a los cocodrilos que infestan el East Alligator River.
La ballena fue una de las tres que se cree que tomaron un camino equivocado mientras realizaban su viaje migratorio anual a la Antártida. Las otras dos se dieron la vuelta rápidamente y se dirigieron en la dirección correcta, pero la tercera no recuperó el camino correcto, y terminó en el río.
Aunque era poco probable que los cocodrilos atacaran algo mucho más grande que ellos en aguas abiertas, la preocupación de los guardabosques era que terminara varada en las arenas poco profundas. «No hay forma de que podamos levantar una ballena jorobada de 12 a 16 metros de la barra de arena», explicó la científica Carole Palmer, «y sería entonces cuando potencialmente los cocodrilos entrarían en acción».
Además de eso, la poca claridad del agua del río significaba que la ballena podría golpear un bote sin siquiera verlo, lo que significaba una posible muerte para los pasajeros.
Afortunadamente, las cosas no llegaron a ese punto. Las autoridades lograron despejar el área de botes, permitiendo a la ballena un pasaje abierto de regreso al golfo de Van Diemen. Allí continuó su viaje hacia el sur, aparentemente en buen estado de salud. Según el Dr. Palmer, «Este es el mejor resultado que podríamos haber esperado».
Para los medios de comunicación, el incidente fue un regalo del cielo, una buena noticia que captó la imaginación del público y les dio una sensación de alivio, en medio de tantas noticias negativas que abundan en estos tiempos.