Todos los años encontramos noticias sobre «los daños» que causa este u otro río al inundar casas, colonias, parques, sótanos, campos de cultivo, comunidades. El argumento generalizado es que los ríos «están sucios» «azolvados», vaya insisten que «hay que dragar» ríos.
Carreteras cortadas y miles de pesos gastados entre cosechas perdidas, indemnizaciones por daños y nuevas propuestas de dragados (o retirada de sedimentos y vegetación). Durante años, las diversas administraciones con dinero público han ejecutado o autorizado actuaciones que bajo el pretexto, lógico y loable, de proteger bienes y personas de posibles inundaciones, han supuesto frecuentemente nuevas artificializaciones en la dinámica fluvial.
Los dragados destruyen el lecho fluvial flora y fauna viva
Los dragados causan efectos muy negativos en los ríos que pocas veces se mencionan: eliminan la complejidad del lecho fluvial y sus diferentes ambientes, afectan a la flora y fauna con la destrucción de sus hábitats y no permiten la circulación de los sedimentos, alterando localmente todos los procesos de erosión y sedimentación.
Todo ello genera consecuencias en los ecosistemas acuáticos y ribereños, que no se ven renovados. Los cúmulos de gravas son los lugares en los que las comunidades de plantas colonizadoras se instalan contribuyendo al mantenimiento de la biodiversidad y de la riqueza natural, además de ser importantes zonas para la freza de peces y refugio para otras especies de fauna. Plantas que además, más adelante, pueden contribuir a facilitar la infiltración de las aguas disminuyendo los efectos de las inundaciones.
Entonces, ¿por qué se dragan los ríos? Porque el dragado del río aumenta a corto plazo la capacidad de desagüe del río, lo que tranquiliza a las poblaciones ribereñas, sin exigir un cambio en la ordenación territorial de los municipios potencialmente afectados. Sin embargo, no se tienen en cuenta las verdaderas afecciones sociales y ambientales de estas prácticas de gestión. La ocupación de las márgenes fluviales se consolida e incluso aumenta, se crea una falsa seguridad en la protección de bienes humanos y materiales, se destruyen hábitats prioritarios, y se camina en sentido contrario a las exigencias normativas del medio ambiente y al consenso científico en lo relacionado con la gestión ambiental y territorial de las zonas inundables.
Por ello los dragados se han convertido en un recurso fácil y popular. Afortunadamente cada vez hay una mayor demanda ciudadana que exige el buen estado ecológico de los ríos y que solicita a los gestores que busquen soluciones reales al problema de las inundaciones. En España el Centro Ibérico de Restauración Fluvial (CIREF) se muestra rotundo en este sentido y afirma que existen alternativas más eficaces para evitar las inundaciones.
Por ejemplo en Europa, la Directiva europea relativa a la evaluación y gestión de los riesgos de inundación (2007/60/CE) establece desde el año 2007 la forma en que las administraciones deben de trabajar para evitar los daños producidos por las inundaciones, ya sean estos en forma de pérdidas de millones de euros o de vidas humanas.
Esta directiva advierte de que “las inundaciones son fenómenos naturales que no pueden evitarse”: no son las inundaciones lo que debemos evitar sino los daños causados por ellas. Para ello, establece que debe de trabajarse en tres líneas: la prevención, evitando por ejemplo construir en zonas inundables, la preparación mediante instrucciones a los habitantes sobre el comportamiento que deben seguir en caso de inundación y la protección para lo que propone “dar mas espacio a los ríos (…) mediante el mantenimiento o restablecimiento de llanuras aluviales”.
No son los ríos los que nos inundan, son las construcciones en zonas bajas y sin ordenamiento territorial
Hemos construido hasta las mismas orillas, cosechado hasta el último metro cuadrado, ubicando casas y construcciones en riberas de ríos, zonas bajas y sin ordenamiento territorial. Y cada vez que el río hace lo que tiene que hacer, que no es otra cosa que inundar sus llanuras, los campos, las zonas bajas, nos echamos las manos a la cabeza, gastamos miles y miles de pesos de dinero público y destrozamos el río un poco más. No es el río pues el que nos inunda. Somos nosotros los que lo ocupamos unos años atrás y hoy, no hace más que reivindicar su espacio.
Afortunadamente, en este sinsentido que es la gestión fluvial actual, aparecen pequeños atisbos de luz que esperemos se conviertan en líneas de trabajo que respeten nuestros ríos devolviéndoles lo que es suyo.
Un reciente estudio técnico, encargado por el Gobierno de Navarra desestima dragar el cauce del río Ebro por su poca eficacia. El CIREF considera ejemplarizante que una administración haya decidido comprobar si los 654.000 euros que cuesta el dragado iban a servir para algo y espera que todas las administraciones se sumen a esta tendencia y busquen alternativas más eficaces para paliar los efectos de las inundaciones. Fuente: Centro Ibérico de Restauración Fluvial (CIREF)