El investigador expuso en FIL Ciencia la historia que recopiló sobre el origen de las vacunas y el desafortunado rechazo a estas
Vacunov, el Huerfanito, no es un personaje de ficción: fue una persona real que vivió en el siglo XVIII, y cuya vida fue utilizada por el biólogo e investigador Antonio Lazcano Araujo para narrar la historia de las vacunas durante su participación en FIL Ciencia.
Lazcano explicó que el origen de las vacunas tuvo su incipiente inicio en una labor a cargo de soberanas, como emperatrices y princesas, que se dieron cuenta de que las ventajas de la inoculación. Relató que la precursora fue lady Montagu, una viajera británica conocida porque introdujo la vacunación contra la viruela en Gran Bretaña.
En 1717 ella envió desde Estambul cartas a una amiga, en las que destacaba que en ese lugar un grupo de ancianas tenían una técnica para prevenir la viruela: las mujeres elegían a un grupo de niños o jóvenes a quienes inoculaban con una pasta hecha con agua y el polvo obtenido de moler las costras de personas que habían contraído viruela. Tomaban una aguja y pinchaban con la pasta a la persona elegida y la dejaban mezclarse con sus amigos.
Días después comenzaban a sentir los síntomas y caían en cama durante dos o tres jornadas y les aparecían algunas pústulas en el rostro, pero no fallecían: sanaban sin cicatrices, por lo que Montagu decidió ensayar el experimento con su hijo.
Posteriormente, Voltaire, quien se hallaba exiliado en Inglaterra, escribió en unas cartas la práctica que se popularizaba gracias a Montagu, llamada variolización o variolación, catalogando a los ingleses como “locos y rabiosos” porque le transmitían la enfermedad a sus hijos mientras que estos, en cambio, tenían al resto de los europeos como unos cobardes por no hacerlo. Estas cartas las envió a Catalina la Grande, emperatriz de Rusia.
La historia intrigó a la emperatriz, quien tenía también un hijo, y llegó a la conclusión de que necesitaba proteger la dinastía Románov, pero ella sería la primera en probar la técnica. Decidió invitar al doctor Thomas Dimsdale a Rusia, quien consiguió a un niño que hubiera padecido viruela, pero que no hubiera muerto.
El médico elaboró la pasta con las costras y la aplicó a la emperatriz delante de la corte. Ella se retiró a su palacio de verano y, al ver el resultado, hizo lo mismo con su hijo delante de la corte con sus propias costras, a fin de popularizar la técnica entre la aristocracia.
El inglés Edward Jenner se dio cuenta de lo que se hacía y entonces, tras realizar diferentes observaciones en su granja, desarrolló una nueva técnica: en lugar de polvo, usó pus de las ubres de una vaca, la cual inyectó a un niño llamado James Phipps. El éxito fue mayor, pues el menor no padeció la infección, sino sólo una inflamación en el lugar donde se le pinchó.
Una mujer que desposó al hijo de la emperatriz, María Fiódorovna, se enteró del procedimiento y acudió a un orfanato para aplicarlo a los infantes. El primer niño en ser inmunizado fue rebautizado como Vacunov, que significa “hijo de la vacuna”. Así, el término pasó de variolización a vacunación. Lazcano apuntó que con el tiempo la protección de la población se volvió una obligación para el Estado.
Tras la popularización de la vacunación, desafortunadamente también hubo detractores: algunas personas se contagiaban de otros padecimientos, ya que se utilizaba la misma aguja. Esto ocasionó que se comenzara a desconfiar de la técnica y a vincularla con la muerte, así como a desarrollar la idea de que no se debía mancillar la pureza del cuerpo y que dio pie al nacimiento de los movimientos antivacunas, que han prevalecido hasta ahora y han infectado hasta las políticas públicas en México, como se pudo constatar durante la pandemia de la covid-19, cuando se dijo, recordó el científico, “que la enfermedad se prevenía mejor con estampitas”.
La reflexión de la historia y la invitación fue para que la sociedad se percate de los beneficios de la vacunación para evitar pandemias, y que los antivacunas lo único que hacen es poner en peligro a sus familias y al mundo entero. Pidió, además, “reconocer el compromiso de una serie de mujeres que, como parte de la Ilustración, convencidas de la visión secular de la naturaleza y de la responsabilidad como madres, como esposas y como gobernantes que tenían una visión de Estado, permitieron que la vacunación, la inmunización, se extendiera como una regla de salud pública en todo el mundo”.