Balamkú, la cueva del dios jaguar, en Chichén Itzá, explorada más de 50 años después de ser descubierta fortuitamente por unos campesinos y de permanecer intacta, y casi en secreto, por decisión del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), ha revelado uno de los hallazgos más importantes en la historia de la investigación de esta antigua ciudad maya: un conjunto de siete ofrendas con centenares de incensarios dedicados a Tláloc, dios de la lluvia, y presencia de agua que se desprende de estalactitas, que hacen suponer que se trata de un lugar de encuentro con los dioses u oráculo para pedir el agua.
El nombre de Chichén Itzá lo sugiere: ciudad en “la boca del pozo de los itzaes” o de los “brujos del agua”. Como en Delfos, hace 3,000 años los antiguos griegos acudían a consultar y pedir favores a sus dioses, así los mayas de Chichén Itzá, entre los años 700 y 1000 de nuestra era se aventuraban en las entrañas del Xibalbá a consultar a sus deidades y a rogar por el agua. Trasponían los límites del mundo superficial para recorrer caminos subterráneos laberínticos, marcados por la incertidumbre y el peligro, en busca de una respuesta a la maldición de la sequía. Creían probablemente que a mayor dificultad y heroicismo obtendrían mayor favor del dios.
Investigadores del proyecto Gran Acuífero Maya (GAM), que estudian exhaustivamente desde hace tres años la superficie y las cuevas subterráneas y cuerpos de agua del sitio arqueológico en la península de Yucatán, en busca de un cenote que podría ubicarse bajo la pirámide El Castillo o Templo de Kukulkán, decidieron emprender la ruta por unos senderos intrincados bajo tierra, con ayuda de Luis Un, de 68 años, quien siendo niño presenció el descubrimiento en 1966 junto con los ejidatarios.
Los actuales mayas sugirieron al equipo investigador pedir permiso para entrar a la cueva. Don Marcelino, sacerdote maya, preparó la ofrenda para los guardianes de Balamkú. Era el mes de junio del 2018, recuerda Guillermo de Anda Alanís, arqueólogo del INAH y explorador certificado de la National Geographic Society, quien lidera el proyecto del Gran Acuífero Maya.
Guillermo de Anda y James Brady, profesor de la Universidad Estatal de California y codirector de la iniciativa, coinciden en que este es el mayor descubrimiento en la zona desde el hallazgo de la cueva de Balamkanché, en la década de los 50, de donde se extrajeron alrededor de 70 incensarios, entre otros materiales, sin llevar a cabo su análisis. Eso derivó en la pérdida de información invaluable, de ahí que Balamkú representa una ocasión imperdible para la arqueología en cavidades profundas.
En Balamkú, la cueva explorada a 2.7 kilómetros al este de la pirámide o Templo de Kukulkán, cuya entrada no rebasa los 45 cm de diámetro, el contexto arqueológico permanece intacto. Los investigadores Guillermo de Anda, Karla Ortega, James Brady, Ana Celis y Arturo Bayona, miembros de un equipo más extenso, de por lo menos 14 especialistas que laboran también en superficie, como el tecnólogo del grupo Corey Jaskolski, han explorado 460 metros de ese vericueto subterráneo, a una profundidad de 21 metros, prácticamente arrastrándose en algunos tramos por la estrechez de los conductos, y han encontrado siete ofrendas con incensarios con la imagen de Tláloc y vasijas que conservan restos carbonizados, alimentos, semillas, jade, concha y huesos que los antiguos mayas ofrendaban a sus dioses.
“El difícil acceso y la morfología de la cueva exacerban las cualidades sagradas de la misma, lo que hace inferir que se trata de un contexto netamente ritual, refirió el arqueólogo Pedro Francisco Sánchez Nava, coordinador nacional de Arqueología del INAH, en reunión con los medios de comunicación, en la que también intervino Roberto Junco, titular de la Subdirección de Arqueología Subacuática.
El arqueólogo Guillermo de Anda Alanís comentó que la cueva no ha sido saqueada y que el contexto no fue alterado pues hay presencia de estalagmitas y estalactitas que normalmente muestran que no ha habido adulteración en este tipo de cuevas. Las primeras evidencias que arroja este descubrimiento es que el cenote sagrado de Chichén Itzá no era el principal sitio ritual de la antigua urbe maya; que el dios Chaac maya no tenía el monopolio de la lluvia, pues Tláloc está, por ahora, inexplicablemente muy presente en la cueva, y que los descubrimientos podrían cambiar la cronología en cuanto al fechamiento de los materiales cerámicos que se tienen a la fecha.
“Esto va a cambiar la noción que tenemos de Chichén Itzá porque nos dará respuestas muy concretas, sobre todo a cronologías cerámicas”, dice De Anda Alanís. “Pese a que no hemos localizado el cenote que estaría al centro y debajo de Templo de Kukulkán, nos parece que vamos en buena dirección, aunque todavía es muy difícil asegurarlo; ya casi llegamos al punto donde ese especie de gusano que repta bajo la tierra se convierte en una cueva inundada, estamos a unos cinco metros o menos de lograrlo, y eso nos va dar mucha mayor información de la que ahora tenemos”, nos dice. Este trabajo creará en México un nuevo modelo de exploración arqueológica que, con el auxilio de la tecnología, podrá estudiar los objetos hallados in situ sin alterar el contexto, asegura De Anda.